martes, 28 de enero de 2014

Las mitades incomodas

Cada vez que escribo me sumerjo en el mismo proceso: primero pienso el inicio de la historia, después pienso el final. Lo del medio lo dejamos para más tarde. Pero dejar lo del medio acarrea una pequeña, diminuta dificultad, ¿cómo llego de A a B?
Lo mismo me pasa más que seguido en la vida diaria. Por ejemplo, cuando hice el curso de orientación vocacional la primera actividad fue dibujarnos a nosotros mismos dentro de diez años, nuestros yo de 27 años tenían casa, pareja, chicos, perro, un diploma en la pared, el pollo asándose en el horno y el Mister Músculo preparadito en la cocina. Entonces, tenemos un punto A (nuestros yo de 17 años) y tenemos un punto B (nuestros yo de 27) ¿pero qué pasa con lo del medio?
Nadie nunca está preparado para lo engorroso que es lo del medio, porque lo del medio involucra acción. Porque entre nuestro yo de 17 y nuestro yo ganador del premio Nobel a la Literatura hay que moverse, hay que escribir, hay que leer, hay que estudiar, hay que trabajar-porque si bien el hombre no vive sólo de pan, necesita pan para vivir-. Sin embargo, nadie nos prepara para eso, porque nos han educado para pensar en el inicio y el final de las cosas, no en lo del medio. Si mis expectativas se cumplieran, dentro de nueve años debería estar viajando por el mundo con el amor de mi vida. Pero ¿qué pasaría si, en lugar de estar visitando el Partenón en Grecia, estoy metida en una oficina trabajando 8 hs. diarias?
Decisiones, decisiones, decisiones...

Al final de cuentas todo se reduce a eso. Porque la verdad es que mis mejores historias nacen del no saber cómo rellenar ese medio incómodo, molesto, que no le permite a mis protagonistas tener de una vez por todas el final que se merecen, o el final que les tocó en suerte debido a sus propias decisiones.  

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