jueves, 11 de diciembre de 2014

La coleccionista

Nostalgia es negación. Negación del doloroso presente... el nombre para este tipo de falacia es "Pensamiento de la Edad de Oro": la noción errónea de que un período diferente es mejor que aquel que uno está viviendo en ese momento. Es una falla en la imaginación romántica de aquellas personas a las que les resulta difícil afrontar el presente. 
Woody Allen (2011), Medianoche en París.  

Todos los años, cuando llega diciembre, tengo la misma costumbre: limpieza a fondo de mi pieza. No sólo aspirar un poco la alfombra, u ordenar el armario, o sacar el polvo de las estanterías. No, limpieza-limpieza. Mi problema es que junto demasiadas cosas: por ejemplo, digamos que en 2010 un profesor mandó a leer un articulo, y el articulo me gustó mucho, entonces guardo todo lo que haya estado relacionado con eso (exámenes, trabajos prácticos, hojas de carpeta). Pero la realidad es que nunca los vuelvo a tocar, y pasan años juntando polvo hasta que en algún momento me digno a desprenderme.
Desprenderme... Esa es la verdadera razón por la cual junto tantas cosas (fuera de joda, encontré cuadros sinópticos que hice para Historia en 2010), me cuesta desprenderme de las cosas; y de las personas también. Me cuesta desprenderme de souvenirs de fiestas de quinceañeras... que no veo desde esa fiesta. Estoy a ese nivel.
Hoy me di cuenta cuando encontré un folio lleno de cartas: cartas de mis amigas, cartas de gente no tan amiga, de familia, etc. Básicamente era un folio que alimentaba mi narcisismo diciendo lo buena amiga que era, lo mucho que los había ayudado, y todas las frases trilladas que uno puede encontrar. Ojo, a mí me encanta escribir cartas, pero cartas con sentido o, mejor dicho, cartas con sentimientos. Nunca recibí ese tipo de cartas, ni siquiera un mail, aunque a mí me encanta escribirlas (obviamente). Lo más cercano a una carta que recibí fue una nota de fin de curso que me dio un ex-compañero cuando terminamos el secundario. Todavía la tengo, y creo que es la única que puedo ver sobreviviendo a la purga en el futuro cercano. Sin embargo, cuando encontré ese folio y vi todas las cartas y carteles que tenía guardados (que había guardado en el 2013) y finalmente pude romper aquellos que eran de personas que ya no están en mi vida (que decidieron no estar en mi vida) me sentí bien. Liviana, incluso. No sentí remordimiento o nostalgia de romper cada uno de esos papeles. Eso jamas lo hubiera conseguido un año atrás.
Cada día pienso más que aferrarse a ese tipo de cosas es un intento inútil por recuperar un pasado que, como todo pasado, ya está lejos de nuestro alcance. Es un intento por mantener las cosas como eran. Pero desprenderse de todo eso es casi un acto de liberación, un acto de enfocar la vista hacia el futuro, de desocupar todos esos cajones de recuerdos y abrir espacios para los nuevos; dejarlos volar libres como el viento, lo que no significa olvidar, sino desatar esa cadena que nos une para poder movernos más libremente.
Obviamente, no es fácil (¿hay cosas verdaderas que sean honestamente fáciles?), pero una vez, de vacaciones en Córdoba, caminamos por horas en un camino precario, guiados por flechas en la montaña para llegar a una cascada. Era hermosa, y podíamos mirar a 360° sin ver postes de electricidad o pavimento y ya no oíamos el sonido de los vehículos por la ruta. Eso tampoco fue fácil, pero fue liberador y viví para contarlo.

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