lunes, 25 de febrero de 2013

Nada mejor que el sueño para engendrar el porvenir.

Leyendo sobre la física del color, me topé con la siguiente oración: "la resolución monocromática del ojo es mucho mayor que la cromática.  Dicho en otras palabras:  podemos distinguir mucho mejor diferencias de tono en la escala de grises que entre escalas de color". No sé exactamente el por qué, pero me llevó a pensar en cosas que tienen poco que ver con la percepción de los colores.
Me gusta pensar que me preocupo por mi país y, en mayor profundidad, por mi "alma". Sin embargo, tengo cierta incapacidad para distinguir las diferentes tonalidades de grises (por así decirlo). Dicha incapacidad me impide, por ejemplo, pensar en apoyar a un partido político o adherirme a una religión.
Una vez alguien me subrayó que pienso en términos absolutos, y tal vez sea verdad (probablemente sea verdad) entonces puede resultar evidente para algunos que no pueda pensar en la política o en la religión en términos absolutos. ¡En mi cabeza parecen términos tan complejos! Significan depositar toda tu confianza, tus esperanzas, en un ente al que conocés poco y nada. Los republicanos me pueden decir que "la gente elije", pero nunca lo creí. En la politica, los partidos eligen a quiénes presentar y depositan en la gente la última elección, como si verdaderamente pudieramos tener alguna suerte de criterio. La realidad es que no los conozco, no sé como piensan: sólo sé lo que ellos y un grupo de asesores deciden contarme en un spot publicitario o en un acto formal. Mi elección se reduce a sus palabras o al impacto visual. Es como si encerraran a cinco personas en una habitación y me forzaran a elegir entre ellos, no hay diferencia ¿Qué criterio utilizar? ¿El que parece más elocuente? ¿El que se viste mejor? ¿El que me dice lo que quiero escuchar? En "Hombres de negro", K dice: "El ser humano es inteligente, pero la masa es tonta, torpe, como animales".
Con la religión es distinto, porque la respuesta siempre varía dependiendo a la persona que le preguntes. Para algunos, Dios te elige; para otros, somos nosotros quienes lo elegimos a él; y para otros pocos, Dios es la búsqueda, como si fuéramos dos fuerzas en movimiento que convergen en un punto. Pero aún así, ¿quién puede jactarse de conocer a Dios? ¿Un cura, una monja? Para conocer a Dios hay que hacer eco de distintas interpretaciones hechas por otros hombres; pero los hombres también se equivocan, si no pregúntenle a Galileo.
La misma persona que me recalcó mis extremos me dijo que, al final, todo se reduce a creer o reventar. Pero no sé si estoy tan de acuerdo, porque la frase implica que creer es, de alguna forma, más fácil que no creer. Yo creo lo contrario: no creer es mucho más fácil que creer, y me refiero a creer en cualquier cosa. Creer implica soltarse, creer no significa tener 100% de la certeza, sino más bien depositar la confianza en el porcentaje de certeza que cada uno tiene (o cree tener). No creer es fácil porque es egoísta. El egoísmo siempre es más fácil. Vos no arrastrás a nadie, es tu mundo y lo que surja en tu cabeza. El que cree tiene la convicción de que forma parte de algo mayor en beneficio de muchos (en beneficio de un barrio, de un país, del mundo), y es esa convicción quien mantiene las dudas a raya. Permite ver a una mayor escala.
Pero no significa que no crea en nada, tengo mis creencias. Soy soñadora. Creo, por ejemplo, que la educación es la respuesta a muchos de los males. Sin embargo no creo en el sistema educativo. Creo que los franceses nos dejaron la costumbre de pensar en términos de ciudadanos. Los políticos siempre hablan de ciudadanos, son aquellas personas que forman parte este cuidadoso sistema de engranajes ¡Pero eso deja fuera a tantas personas! En palabras de Victor Hugo, más que ciudadano prefiero la palabra hombre. Creo que deberían re-acomodarse muchas de las prioridades actuales. Creo que la ley y la justicia son dos cosas completamente diferentes. Y creo que el ser humano tiene un potencial tan grande, pero -también, creo- que la historia no es una línea ascendente de constante evolución y que, por eso, seguimos cometiendo los mismo errores.
No sé si la literatura nos hace contemporáneos de todos los hombres, como dice la frase, o nosotros tenemos el don de contemporaneizar la literatura. Tal vez no soy muy diferente a Don Quijote, con sus sueños de caballería, honor y justicia; tal vez no soy tan diferente a Enjolras y los amigos del ABC. Tal vez, en cierta medida, formamos parte de ese "cenáculo" de utopistas. Yo añado la mía a la larga lista de utopías que otras personas pensaron y que probablemente nunca vayan a ponerse a prueba.Porque, como cordialmente me recuerdan, sólo tengo poco menos de 18 años. Me repiten una y otra vez que "cuando llegue a su edad voy a entender", "cuando viva más la vida..." o (tal vez mi favorita) "ahora pensás así porque sos joven".
Me hace pensar en cuántas utopías, como la mía, murieron en el hastío y la rutina, devorados por un sistema que nos prepara para hacer y no para preguntar. Me hace pensar en cuánta amargura y desiluciones debieron pasar aquellas personas que ahora dicen "hay que matarlos a todos". Y me dan pena y no puedo dejar de preguntarme qué diría su yo de 18 años.
Después me acuerdo que yo misma tengo casi 18 años y que probablemente (seguramente) parte de lo que pienso hoy cambie. Pero quiero que al menos quede un registro de mi yo a los 18 años, porque como dijo alguien mucho más inteligente que yo: "sólo me doy cuenta de lo que pienso cuando escribo"

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